¿Debiste acaso decirle lo que no sucedería?
Ya ves, en cuatro gritos se colgaron mis angustias,
tu poder, mi vida, los dolores, mi palabra.
¿A cual de todos ignoraron tus oídos?
¿En cual de ellos encuadraste tus razones?
Ella llevaba en sus círculos de vicios
la anécdota del tiempo consumiendo calendarios.
Confesos vagabundos de verbos infligidos,
rosarios de tristezas en patíbulos celestes.
¿Era acaso preciso mutilar con sumisiones?
¿Envolver sobre su boca la mortaja del destierro?
Hoy la sombra de mi alma huye de los genios
de las parábolas que fluyen en sátiras fontanas.
Hoy me urge la metáfora de metros desprolijos
en la heredad precisa donde brilla la diadema.
No me digas, compañero,
que era justo enclavar sobre el muelle de su cuerpo
la barcaza inadmisible de su lánguida respuesta.
Me dejaste oprimido en tus lastres memoriosos,
me mostraste la hipócrita querella de la aurora,
cuando el sol fue condenado por las nubes del estío.
Estoy enfermo, es verdad, estoy enfermo.
El músculo se ciñe casi mudo en el centro de mi pecho,
cobra impulso la horquilla adormecida por la ciencia,
y es muy corto el camino hacia el exilio,
y son ajenos los senderos del retorno.
¿Consideras aun que callar era lo justo?
Ya ves, me bastaron cuatro gritos de vida miserable,
me sombraron quizá, éstos últimos versos.-
Walter Faila
No hay comentarios:
Publicar un comentario