domingo, 31 de agosto de 2008

Enfermedad VIII (El regreso en el tiempo)

Pensé que el infierno doblegaba ya mis pasos,
cuando disuelto el sol de las líneas de la tarde
una vaga sinfonía de sombras asaltaba mi ventana.
¿Por qué me dejaste escapado de mi niño
ausente de acuarelas en los tapices de mi instinto?
¿Por qué callaste mi soledad de descendencia
en el fuego embrionario donde paría el desconsuelo?
Pensé que la luna rompía su vestido de amapolas
y arrojaba hacia mi lecho su silencio de esmeralda.
Vi cuando el cochero pasaba sigiloso y su caballo
relinchando entre los pasos de elegante galopeo
Me observé , posado como un mirlo afónico
en medio de las hojas y las ramas de algún álamo.
Me supuse regresando por las marcas del camino,
a los dulces esplendores de la tierna adolescencia.
Percibí un cuervo rubio que atacaba los lunares de mi niña
aquella que amé desasido y encorvado en el silencio.
¿Por qué no detuviste ése infausto minuto?
Solo un instante para besar su rostro
solo un intervalo para ahuyentar los vicios.
No levantaste la sospecha que pesaba en su principio
no lavaste con tu lluvia la hegemonía del recuerdo.
¿Acaso no notaste que mi fiebre persistía?
¿ No escuchaste mis latidos en sus manitos de seda?
¿Por qué no detuviste ése trágico minuto?
¿Por qué la dejaste esfumarse, volátil, impalpable,
en el destello inalcanzable de las pálidas estrellas?

Walter Faila

sábado, 30 de agosto de 2008

Enfermedad VII

De ninguna parte y hacia todos lados
brota como el trigo en la greda de mi alma.
Brisas de inútiles suspiros se deshilan
en la madeja que ovilla la memoria.
Cautiva como el ave que trina en una jaula
su canto inaudible de libertad y firmamento.
Así, se traslada como un tango entre sus cortes
la sonrisa escapada de una blanca primavera.
Así, la sostengo en el hueco de mis manos
donde punza sangrante las yemas de los dedos
¡Me dirás que son las leyes de la vida!
que ni enfermo puedo prescindir de la nostalgia,
que no hay norma que no acote mi lívido criterio.
Pero crecen pirámides de pétalos rotos
en la planta mortecina donde florece el tiempo.
Y son lastres rimbombantes las montañas
donde el cóndor domina las auras del espacio
y son espesos los pasajes por los campos
y son extensas las ausencias de los besos.
El dolor suena en mis asilos cada instante
como un extraño tango ajeno a Buenos Aires.
Como un canto de sirenas en mis inútiles playas,
en mi inexístete ideal de torpe singladura.
¿Tu le señalarás acaso lo mucho que la extraño?
¿le dirás que mi paisaje la contempla
en el áurea en que se ciega mi cruenta letanía?
Herejes telarañas me aprietan al ocaso
de éste baile remendado de muecas sediciosas,
y éste tango de amor que llega desde lejos
es una danza mustia de oquedad y de misterio

Walter Faila

domingo, 17 de agosto de 2008

Enfermedad VI

En éste punto se encuentran la tarde y la mañana.
No hay un plato en la mesa en la que escribo,
solo un vaso de nostalgia que bebo taciturno.

Fugado de abandono retorna algún inicio
con su raíz tronchada de débil aleluya.

Si ves por el río navegando alguna infancia,
jugando en el agua, sumergida en su sonrisa
Enaltece tu silencio guardando mi secreto
No le avises que transito entre penumbras,
que regreso por la vía en busca del origen,
con los muslos sudados por el tiempo,
y el pecho serpenteando entre las huellas.
No dejes que interrumpan sus conciertos
los grillos que esconden en los pastos
sus cantos descuidados de líricos recuerdos
sus adagios serenos de mítica armonía.
No olvides que mi tiempo se termina
que me acucian dos acacias y un florero.
Que mi libre libertad arrastra las cadenas
de la cárcel que mis sueños encerraron
en la impune mazmorra de los péndulos,
en la dicotomía de mi cuerpo y de mi alma.
En éste punto de lanzas y jardines
debes guardar otra vez éste secreto.

No le cuentes que el viento arrastra mi ceniza
que mis versos son las cruces que Jesús ha rechazado,
dejando en mis hombros la carga de los verbos,
en el vía crucis que conduce a mi calvario.
Sé coherente con la sabia integridad de la consciencia,
no le digas a mi niño de humo y de memoria,
que no hay un plato en la mesa en la que escribo
que bosteza la razón cansada de su juicio,
planteando nulidades de olvidos y sospechas.
No le expliques que retorno en busca de mi origen,
que nada empañe su espontánea travesura,
que nada ensucie su andar por mi pasado.
No le anuncies que mi muerte aun no ha muerto.
Aun me quedan cuatro pasos de huérfana amargura,
aun me resta beber sobre mis lágrimas.

Walter Faila

Enfermedad V

¿Debiste acaso decirle lo que no sucedería?
Ya ves, en cuatro gritos se colgaron mis angustias,
tu poder, mi vida, los dolores, mi palabra.
¿A cual de todos ignoraron tus oídos?
¿En cual de ellos encuadraste tus razones?
Ella llevaba en sus círculos de vicios
la anécdota del tiempo consumiendo calendarios.
Confesos vagabundos de verbos infligidos,
rosarios de tristezas en patíbulos celestes.
¿Era acaso preciso mutilar con sumisiones?
¿Envolver sobre su boca la mortaja del destierro?
Hoy la sombra de mi alma huye de los genios
de las parábolas que fluyen en sátiras fontanas.
Hoy me urge la metáfora de metros desprolijos
en la heredad precisa donde brilla la diadema.
No me digas, compañero,
que era justo enclavar sobre el muelle de su cuerpo
la barcaza inadmisible de su lánguida respuesta.
Me dejaste oprimido en tus lastres memoriosos,
me mostraste la hipócrita querella de la aurora,
cuando el sol fue condenado por las nubes del estío.
Estoy enfermo, es verdad, estoy enfermo.
El músculo se ciñe casi mudo en el centro de mi pecho,
cobra impulso la horquilla adormecida por la ciencia,
y es muy corto el camino hacia el exilio,
y son ajenos los senderos del retorno.
¿Consideras aun que callar era lo justo?
Ya ves, me bastaron cuatro gritos de vida miserable,
me sombraron quizá, éstos últimos versos.-

Walter Faila

sábado, 16 de agosto de 2008

Enfermedad IV (Mi Palabra)




Si ves a mi palabra deambulando por el parque,
no relates que agonizan mis últimas poesías.
No la dañes con tristezas que ya bastante ha tenido,
quédate en silencio como sueles hacerlo;
escondido y al acecho en la última guarida,
sin perder los privilegios del poder que aun ostentas.
No le expliques que la noche se alarga en mis desvelos
Que mi carne se retuerce entre las lilas de mis sábanas.
Ocúltate de ella que me liba sobre el cráneo
su verbo de cartílago anochecido de penumbras.
Permite que mis patios de gredas y calizas
se asomen a mis horas de hebras y peñascos,
No recales de la tarde rubia su frescor de manzanillas,
ni amontones discursos de políticas lúgubres
en los sacros oídos de su huella pasajera.
Me basta con mirar el horizonte
colgado de las garras de otro cóndor,
me alcanza con un golpe de sangre en mis arterias,
con un soplo de latidos musitando su congoja.
Te pido que disipes los tiznes de la urbe,
que aclares en dos letras de auténtica desdicha
las causas que envolvieron mi tránsito de nubes.
No dejes a mi fuente heredada de musgos
en la amarilla libertad que se escapa de sus cántaros.
Ya no quiero que me nombres en laureles de silencios,
ni pretendo mi cortejo de alabanzas inauditas.
Si percibes mi palabra extraviada en el camino,
no le cuentes que me viste
llorando en el reglón de algún poema.
Doblado como un junco en medio de los vientos,
quebrado como un roble en la tala de la vida.

Walter Faila

Enfermedad III




Se caen de la vida las cosas,
la vergüenza como símbolo de ética,
el espacio como insignia de la norma,
el dolor en mi emblema de poesía
Se vaciaron todos los vasos,
se bebieron todas las aguas,
se mudaron todos los gritos.
En los carros de la tarde
se trasladan las nostalgias,
y en tu cabello de nítida escarlata
cuelgan los déspotas atisbos
del ruido de una nueva hipocresía.
Aun espero tu palabra imperadora
tu balanza de equilibrio en los estrados,
tu lábaro de honra y de grandeza.
Eres mas que un nombre idolatrado,
mas que una mueca de prodigio.
Aún espero la jugada precisa.
El escorzado tablero del tiempo
aun confía en los jaques de tus reyes.
No me robes la caricia del aire,
no me quites la justicia del hombre,
no me enrejes en barrancos profundos.
No sometas mi póstumo respiro
a las flores deshojadas en tu playa.
Déjame hacerle un surco mas a la tierra
sembrar una semilla de esperanza,
sorber del vientre de un cuarto menguante,
penetrar en mi piel las agujas del sol.
No me condenes sin juicio
no me ahorques sin sogas
No vuelvas turbios mis ojos,
no me dejes sin llanto la mirada.-

Walter Faila

Enfermedad II

Enfermedad II (Tiempo final)

Las horas se esconden mestruando segundos,
el crepúsculo confunde estaciones con trenes.
Los recuerdos que busco no me encuentran,
los jardines que huelo ya nunca florecen.
La turba me observa para revocar dictamen,
por temor a que muera silencioso a su lado.
por temor a que incomode su estancia serena,
en el místico estío de sus verdes valles.
Un triángulo acuña la memoria quebrada,
y mutila mi estatua de reflejo sombrío.
Busco el milagro de tu pródiga mente,
dictando sentencias de paz y de calma.
Busco encontrar en mi casa de escombros
los versos que sepultan tus ladrillos de hierro.
Una veta de amor que se ciña a tu frente
un clarín de silencio que retumbe en la noche.
Me suelta la mano el músculo laxo
que late lánguido en el centro del pecho.
Mis niñas de perlas se caen sin ruidos.
sin sangre, sin voces, sin muerte.
Apática y pueril, se escapa mi vida.

Walter Faila

Enfermedad I

No detengas las aves que me asusta el silencio,
déjame escuchar como baten constantes sus alas,
permíteme mirar los malabares
con que diagraman extensiones en sus vuelos.
Déjame venir desde el fondo del abismo,
donde las cadenas urden la templanza,
socavando mis heridas de agujas y de péndulos.
No le digas a las horas que la noche me menciona
en un verbo impío de galaxias y espejismos.
Yo te entrego la historia de mi sangre fortuita
si liberas los trinos que encerraron tus rejas.
Si la humilde grandeza te hace grande y humilde,
si el poder de la gloria te ennoblece y te guía.
No detengas la luz que me asfixia la sombra,
déjame mirar como encienden sus velas
las chispas de fuego que enclaustraron tus sótanos.
Consiénteme el deseo de ese canto sin ruidos
su mendrugo de harina en mi mesa vacía.
No castigues mi sangre,
no me llames sin gritos,
no me mates sin muerte.-

Walter Faila