miércoles, 3 de septiembre de 2008

Enfermedad XI (En memoria de Rosita Buk)

Nada dicen los racimos de bucles de las olas,
no se escuchan los coros de duendes que me habitan.

¿Será que se ha dormido el río en la noche de Santiago?

¿Cómo tenso la cuerda de la guitarra que jamás he tocado
para romper ésta elipsis de agua que agoniza en la ribera?

¡Légame un Orfeo de átomo y de arena en ésta playa!
donde callan los vientos y descansan sus ansias las sirenas

¿No te das cuenta que el poema es una herida de recuerdos,
vagando dolorido entre Obeliscos y mudos bandoneones
Que alquimista de quejas en los verdores de una broza
ha mezclado su ángel en libros de musgos y hojalatas?

¡Sostenido como un feto de céfiro en las ubres de la aurora!
observo en sus loas la voz ausente, su canto, su sonrisa.
Malhumorado e incrédulo ante los ojos finitos de la vida,
como un linyera licencioso contemplando una diadema.

¡Alcánzame un Apolo con su lira de sol a mis nocturnos!
donde se desgranan los trigos con espigas de silencios,
No me rompas éste vuelo bajito de pájaro iracundo,
no libes mi cabeza excomulgando el don de su palabra.

La frente se parte en un mendrugo de hielo enharinado,
de la lágrima primaria que dio origen y raíz a la tristeza.

El domingo se aproxima merodeando como sierpe,
y es un vidrio que anuncia en su estallido la tormenta,
y es un bifronte de rotas cicatrices el día que antecede.

Walter Faila

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